Seguro que has visto u oído hablar de la película ‘Todos los hombres del presidente’. Dirigida por Alan Pakula, muestra cómo los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein denunciaron el caso Watergate e hicieron dimitir a Richard Nixon por mentir y ocultar la verdad a la ciudadanía. Woodward, el sabueso encarnado en la ficción por Robert Redford, publicó hace unos años otro libro de investigación famoso, que revela cómo otro presidente estadounidense conservador, George Bush hijo, tergiversó la realidad para justificar su infausta invasión de Irak. Su título, ‘State of Denial’ (algo así como “estado de negación”) apareció en castellano traducido como ‘Negar la evidencia’. Por desgracia, no es sólo la derecha norteamericana la que sufre una inquietante propensión a tapar el sol con el dedo y fingir que es un eclipse. La derecha de aquí también tiende a creerse sus propias mentiras
Una de las tentaciones que históricamente sufren los que ejercen el poder es la de reescribir la realidad. Es un error muy humano. El deseo de influir en los demás puede para algunos llegar a confundirse con el deseo de engañarles, falsear la información, manipularles la verdad. La capacidad de los medios de comunicación para modificar la percepción que tenemos de las cosas vuelve especialmente agudo ese riesgo de que el poder mienta. Es un peligro que todos los políticos debemos esforzarnos en evitar, y desde luego yo lo procuro a mi modesta escala. Es cierto que en política casi todo tiene varias interpretaciones, pero es capital vigilar que ‘interpretar’ nunca llegue a ser un sinónimo cínico de ‘tergiversar’.
Por desgracia, no todos los políticos tienen tanto cuidado. Peor aún, temo que se está poniendo de moda entre cierta derecha el recurso de negar la realidad de manera estentórea, agresiva, escandalosa. Puedo entender el legítimo deseo de cada partido de enfocar las cosas desde su punto de vista, insisto, pero entre la interpretación y la mentira hay un abismo irreductible. Y la forma más artera y viciosa de mentira en política es la invención de una pararrealidad, una realidad paralela y falsa que le conviene a quien la fabrica pero que confunde a los ciudadanos.
Si niegas la evidencia y la niegas con suficientes medios, durante un tiempo siempre habrá personas de buena fe lo bastante desinformadas o crédulas o ingenuas como para creer tu montaje. Tarde o temprano estas estratagemas acaban refutadas y desacreditadas, pero entre tanto siembran la desconfianza sobre la política. Y es bueno recordar que no todos los partidos sienten la misma propensión a falsificar la verdad. La experiencia demuestra que cierta derecha virulenta que tú y yo sabemos ha desarrollado, está desarrollando, una desconcertante facilidad para desmentir la realidad e inventar un sucedáneo alternativo con la pretensión de que los ciudadanos lo acepten como cierto.
El negacionismo consiste en la negación pseudocientífica de las evidencias históricas o científicas desde premisas extremistas. En los años 50 y 60 comenzaron a pulular por los arrabales de la cultura europea una serie de personajillos que ponían en duda el holocausto nazi de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque nunca han superado la marginalidad ni han ganado credibilidad por la falta de pruebas que corroboren sus tesis, estos negacionistas de corte antisemita o neonazi mostraron que se podía negar cualquier cosa, por obvia o irrefutable que fuera, y que siempre habría un auditorio dispuesto a concederle un ápice de credibilidad. En Turquía (genocidio armenio), en China (Revolución Cultural, invasión de Tibet) y en Rusia (purgas, genocidio ucraniano) se mantienen aún hoy desde el poder teorías negacionistas de episodios traumáticos acaecidos durante el último siglo.
A escala internacional, los dos episodios negacionistas durante la última década han tenido como foco la derecha neocon norteamericana. El primero, la patraña que denunció Bob Woodward, por la que Bush intentó hacer creer al mundo que Irak era un santuario de Al Qaeda relacionado con el 11-S y/o un poseedor de armas de destrucción masiva que amenazaba el mundo, por lo que era perentorio invadirlo. El gobierno español de Aznar respaldó aquel atropello a la razón y a la verdad. Hoy es claro para todos que no fue más que una fabulación chapucera y bárbara. El segundo episodio es el negacionismo climático: la negación del cambio climático que atenaza a nuestro tiempo. El ala aznarista del PP y el primo de Rajoy cuestionan desde la ignorancia más arrogante la evidencia científica de que los gases de efecto invernadero y en general la acción humana están alterando el clima, y con ello el equilibrio de la vida en nuestro mundo. Hoy ya está quedando claro para todos lo irresponsables e interesados que son esos negacionistas climáticos que aún no han plegado velas.
No es casual que la derecha española se haya apuntado a estos dos negacionismos globales. En materia de negacionismo, la derecha española se apunta a un bombardeo. No hay más que recordar la negación de la realidad en que incurrió el gobierno de Aznar respecto de la autoría de los luctuosos atentados del 11-M: aún resuenan en nuestros oídos frases lamentables del ex presidente sobre “valles cercanos”, “desiertos lejanos” y demás desatinos conspiranoicos. O la negación de la legitimidad de la victoria de Zapatero en las elecciones de 2004 (cuando la reeditó en 2008 nadie del PP pidió perdón a nadie). O la negación del inmenso hito que ha supuesto para nuestro estado del bienestar la aprobación de la Ley de la Dependencia. Y eso por no hablar de la negación terca y obtusa de aciertos en la esfera internacional como la retirada de las tropas españolas de Irak, la propuesta de la Alianza de Civilizaciones y la apuesta formal por la paz, la cooperación al desarrollo y la lucha contra la pobreza, iniciativas todas ellas que hoy respaldan las grandes potencias mundiales sin que nadie llame ‘Bambi’ a Barack Obama, a Gordon Brown o a Nicolas Sarkozy.
Otro intento reciente de negación de la realidad por parte del PP ha sido ese discurso tremendista de ‘España se rompe’. Hoy, Carod-Rovira sigue siendo el número 2 del gobierno tripartito catalán pero ahora ya alarma tan poco como el inofensivo Estatut; el plan Ibarretxe fue impecablemente derrotado en el Congreso sin mayor novedad y ha dado paso a un lehendakari no nacionalista por primera vez en la historia; ETA sigue sufriendo desarticulación tras desarticulación; Galicia experimentó una saludable modernización que a nadie dejó al margen, y nadie vendió Navarra y ni siquiera le puso precio.
El PP madrileño padece su propio furor negacionista. Como último rescoldo del fracasado legado neocon, la Comunidad de Madrid niega que la crisis financiera global que nos aflige refute punto por punto la apuesta thatcherista de privatización, desregulación y desmantelamiento de los servicios públicos. Niega también su implicación en el entramado de escándalos de espionaje y corrupción que aparece día a día en la prensa. Niega asimismo su derrota estratégica por controlar el PP nacional o ganar el pulso a su correligionario el alcalde de Madrid. La derecha madrileña niega incluso su responsabilidad ante la pavorosa pérdida de empleo que sufre Madrid, ante el sainete en que ha acabado su nefasta gestión de Telemadrid o ante la evidencia de que todo el mundo habla ya de Esperanza Aguirre en tiempo pasado.
¿Será contagioso el negacionismo? El alcalde de Tres Cantos ha empezado también a contradecir a la evidencia, síntoma de cinismo superlativo o de falta de contacto con la realidad. Folgado y el PP local niegan haber prometido a los jóvenes mil viviendas de 70 m2 y 120.000 euros, promesas que ahora se sabe que no cumplirán. Folgado y el PP local niegan haber rebajado un 12% el presupuesto para servicios sociales y para cultura, algo que cualquiera puede comprobar con una calculadora. Folgado y el PP niegan dedicar a cooperación sólo el 0’32% del presupuesto municipal, y no el 1% que ellos proclaman. ¡Por favor! Antes se coge a un negacionista que a un cojo.
Miguel Aguado Arnáez
artículo publicado en el Boletín tricantino del mes de mayo de 2009
El negacionismo no esta limitado a la derecha, sino que es una estrategia social y una política habitual desde nuestra mas tierna infancia. Mi preocupación no es tanto denunciarla (un primer paso, en línea con el articulo) como el poder evitarla de raíz. Como científico estoy acostumbrado a argumentar las afirmaciones y a rechazar aquello que no se ajusta a la observación. Como ciudadano veo que aqui cada uno contamos nuestra batalla como nos suena mejor independientemente de si se ajusta a los hechos observados. ¿Como podemos cambiar esto? Quizá es deformación profesional, pero pienso que una sociedad mejor entrenada en gestionar la informacion (mas científica si se quiere) no permitiría que una negación sin fundamento persista ni siquiera en el subconsciente colectivo. Me gustaria saber si esto solo lo pienso yo o si alguien tiene otras alternativas para mejorar la forma en la que nuestra sociedad gestiona la información. Desde los periodistas a los políticos pasando por todos y cada uno de nosotros.
ResponderEliminarFernando Valladares
Te acabo de publicar el comentario. Muchas gracias Fernando. Tienes razón y comparto que no es exclusivo de la derecha, quizás lo correcto sea hablar de las actitudes de derechas (que las hay en todas partes). La ciencia siempre busca la verdad y creo que en esto debe coincidir con la POLÍTICA con mayúsculas. Cada vez más creo que deben incluirse dos valores con más fuerza en la política: ciencia y diálogo.
ResponderEliminarUn abrazo,
Miguel Aguado
Me apunto a lo que dice Fernando Valladares de gestionar mejor la información como ciudadanos: yo no soy científico pero también siento que cualquier afirmación política debe sustentarse con ideas y/o con hechos objetivos/observables. Creo que es responsabilidad de todos afearles a los negacionistas sus falsedades. Que pasen vergüenza. Una sociedad madura no debe soportar a charlatanes que sueltan cualquier banalidad y esperan la adhesión de sus incondicionales.
ResponderEliminarHemos de exigir a los políticos, y a los partidos, que justifiquen sus posiciones de manera argumentada. No tienen razón porque lo digan ellos, sino al revés: sólo deberían decir lo que puedan razonar. Esta es una de las razones por las que respeto a Aguado: defiende sus ideas con ideas, no con coces dialécticas ni latiguillos populistas.
PorQuéNo
En el apartado de libros que recomiendo incluyo a Victoria Camps que hace mucho hablaba, magníficamente, de valores y virtudes públicas. Es muy interesante releerla y descubir como esto que decimos y pensamos lo expresó con mucho acierto. Gracias Jaume
ResponderEliminarQuerido Miguel,
ResponderEliminarGracias por estar siempre al pie del cañón, demostrando que es posibles que las cosas sean de otra manera sencillamente haciéndolas tú mismo de otra manera.
Me ha encantado leer tu referencia a las virtudes públicas de Victoria Camps. Qué libro tan revelador.
Un gran abrazo,
Arturo
Querido "alcalde"
ResponderEliminarGracias por abrir una nueva plataforma donde expresar alternativas a la negrura de un antiguo, en todos los sentidos, secretario de Estado.
Un abrazo
Manuel
Gracias, vecino. Pero quisiera complementarte. No escribo frente a otro, escribo y reflejo frente a lo que creo y pienso. Me gusta poner el público las cosas para contrastar y debatir. Un abrazo muy fuerte.
ResponderEliminarMiguel Aguado