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Naomi Klein: 'En España la democracia debe llegar a la energía'


Naomi Klein, periodista y escritora. ÁNGEL NAVARRETE





Los libros de Naomi Klein (Montreal, 1970) se han convertido en manifiestos para un década. Con 29 años publicó No Logo, la biblia del movimiento antiglobalización. Después vino La doctrina del shock, escrito con "la rabia y la impotencia" de la era Bush. Ahora llega Esto lo cambia todo (Paidós), tal vez la obra definitiva sobre el cambio climático, escrita desde "la radicalidad" y "el convencimiento" de que queda poco tiempo y son muchos los "obstáculos".

¿Por qué sigue habiendo grandes resistencias a aceptar el cambio climático? ¿Están ganando los escépticos la partida? 
Llamar escépticos a los negacionistas me parece casi un halago. En mi libro hago una distinción muy clara entre la línea dura -esos que dicen: "Está nevando, luego el cambio climático es mentira"- y la mayoría de la población, que cree en lo que dicen los científicos, pero les cuesta reconocer o hacerse una idea de la dimensión del problema. Y no, no creo que los negacionistas hayan ganado la partida. Lograron sabotear la Cumbre de Copenhague, pero hoy por hoy están muy desacreditados.
Pero siguen ocupando puestos de poder, como el republicano Jim Inhofe, que preside el Comité de Medio Ambiente del Senado de EEUU...
He ahí la ironía. La campaña de Jim Inhofe ha sido financiada por la petrolera BP, como ha revelado The Guardian. Creo que ha llegado la hora de desenmascarar y pedir cuentas a los políticos. Hoy por hoy, creo que el mayor obstáculo para hacer frente al cambio climático son los políticos, no los negacionistas.
En países como España, no existe esa sensación de urgencia ante el problema. Tiene que haber otra razón de fondo, más allá de las resistencias de los políticos...
La razón por la que el cambio climático es tan difícil de metabolizar en nuestras conciencias es porque el problema se ha ido agudizando al mismo tiempo que se ha impuesto la ideología neoliberal. En la era de las desregulación, las privatizaciones y los recortes, es muy fácil que te tilden de comunista si reclamas la defensa de lo público o un mayor control de la economía. El problema nos ha golpeado en el peor momento posible, y eso explica estos 25 años perdidos, en los que las emisiones han subido un 60% y hemos llevado al planeta a una situación límite.
Dice que el capitalismo ha declarado la guerra al planeta y que hay que cambiar el ADN del sistema económico para encontrar una salida. ¿No es una solución muy radical?
La razón por la que he titulado el libro Esto lo cambia todo es porque ha llegado el momento de poner opciones radicales sobre la mesa. No nos han dejado otra opción, si queremos lograr una reducción anual de las emisiones del 8% al 10% en países como España. Me acusan a veces de polarizar el debate, pero la situación actual requiere un cambio radical y urgente. Debemos contagiarnos de esa sensación de urgencia que de pronto tienen las fuerzas que se oponen al cambio. La industria de los combustibles fósiles está extraordinariamente motivada porque hay mucho dinero en juego.
¿Y campañas como la desinversión en petróleo acabarán surtiendo efecto? ¿Es realista pensar que vamos a dejar la mayoría de las reservas bajo el suelo?
Si la realidad política no nos permite hacer lo que tenemos que hacer, entonces cambiemos la realidad política, porque se ha quedado desfasada y no nos vale. Cuando empecé a escribir Esto lo cambia todo, no existía un movimiento de acción climática. En septiembre, más de 400.000 personas tomaron las calles de Nueva York, y eso ha marcado una diferencia. Los grandes cambios ocurren porque la sociedad hace presión y, de hecho, tenemos ahora una gran ventana abierta con la caída de los precios del petróleo. Podemos aprovecharla a nuestro favor.
Usted ha sido muy crítica con el presidente Obama y ha llegado a decir que sus ocho años en el poder pueden ser al final «la mayor ocasión perdida en nuestras vida»...
Obama desaprovechó esa oportunidad real de cambio que existía en 2008. Quienes creímos que podíamos cambiar las cosas desde dentro tardamos en reconocer el error. Ahora, la presión le viene desde fuera, porque hay un movimiento que ha alcanzado una masa crítica y que reclama un cambio. Todo cambió con las manifestaciones contra el oleoducto Keystone que aspiraba a llevar a Texas el petróleo de las arena bituminosas de Alberta. Mi amigo, autor y activista Bill McKibben, fundador de 350.org, ha sido uno de los principales impulsores. Yo estoy con él en que los libros no cambian el mundo, son los movimientos sociales. Los libros, en todo caso, son buenos acompañantes.
¿Y cree que ese movimiento está lo suficientemente maduro para propiciar un cambio en 2015? ¿No cabe el riesgo de que la Cumbre del Clima de París acabe en un fiasco como el de Copenhague?
No podemos esperar ingenuamente que los líderes vean repentinamente la luz. Por eso hay que seguir presionando desde la calle. Mi esperanza, aquí en Europa, es que se produzca a tiempo una convergencia de los movimientos contra la austeridad y de la acción contra el cambio climático. Espero que Podemos y Syriza recojan el testigo y ayuden a avanzar hacia a esa convergencia.
En España, desde que golpeó la crisis, se habla mucho de la despreocupación ambiental. Las cuestiones sociales y económicas son la prioridad absoluta de la población...
Cuando la cuestión es poner la comida en la mesa, es hasta cierto punto comprensible que la gente mire el cuidado del medio ambiente como un lujo. Pero son las dos caras de la misma moneda, y va siendo hora de hacer la conexión, por más que la ideología neoliberal dominante nos lo impida. Las decisiones ambientales pueden tener beneficios económicos, y ahí tenemos el caso sorprendente de Alemania. Mientras Merkel ha impuesto el yugo de la austeridad al sur de Europa, en su país ha estallado el movimiento de la transición energética. La energía se ha descentralizado y se ha democratizado. Ciudades como Hamburgo y decenas de pequeñas poblaciones han tomado el control de su propia energía. Hay más de 900 cooperativas, sobre todo de energía solar, y se han generado 400.000 empleos... Mientras, en España, se castiga la energía solar, se destruyen 30.000 puestos y se genera una situación absurda.
Ahondemos en su diagnóstico de España...
España está dando pasos de gigante y en la dirección equivocada. ¿Cómo se puede castigar a quien decide instalar placas fotovoltaicas en su tejado? ¿Y cómo se puede cerrar las puertas a una fuente de generación de empleo? Un país que era un referente mundial en renovables se ha convertido lamentablemente en un caso único en el mundo. Yo he estudiado muy de cerca el caso español, desde la desregulación de 1997. La raíz del problema es ésa: con una mayor centralización y concentración de los proveedores de energía estamos haciendo un flaco favor a la lucha contra el cambio climático. La democracia tiene que llegar tarde o temprano a la energía, como está ocurriendo en Alemania.
Publicado en EL MUNDO.es

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