Dejando de lado polémicas locales sobre si debió acudir o no Debo confesar (nunca mejor dicho) que me gusta este discurso.
Washington, 4 de Febrero de 2010
Presidente, Congresistas, Señoras y señores,
Gracias.
Gracias, por invitarme a participar, en nombre de mi país, en nombre de España, en uno de los actos de mayor tradición y simbolismo en la sociedad americana.
Y permítanme que les hable en castellano, en la lengua en la que por primera vez se rezó al Dios del Evangelio en esta tierra.
Nadie como ustedes conoce el valor de la libertad religiosa.
Sus antecesores huyeron de la dominación, y para que nunca les fuera arrebatada la libertad fundaron este país. Una Nación, los Estados Unidos, alumbrada en la democracia. Que no ha dejado de crecer bajo su fuerza. Que abolió la esclavitud, reconoció la igualdad de voto, y proscribió la discriminación.
Que ha ensanchado el pluralismo, la tolerancia, el respeto a todas las opciones y creencias… Conquistas admirables, admirables a ojos de un demócrata que vive en una de las Naciones más antiguas del orbe: España.
Una Nación también diversa, forjada en la diversidad y renovada en su diversidad.
Una Nación también americana, “la más multicultural de las tierras de Europa, (la) España celta e ibera, fenicia, griega, romana, judía, árabe y cristiana” -sobre todo cristiana-, como la ha caracterizado desde Latinoamérica Carlos Fuentes.
Nuestros dos países deben mucho a quienes han venido de fuera. No se entienden sin ellos, sin los que, a lo largo del tiempo, han llegado a nuestra tierra y, conviviendo, se han convertido en nosotros, en lo que somos.
Permítanme que les lea un pasaje de la Biblia, del capítulo 24 del Deuteronomio:
No explotarás al jornalero pobre y necesitado, ya sea uno de tus compatriotas, o un extranjero que vive en alguna de las ciudades de tu país.
Págale su jornal ese mismo día, antes que se ponga el sol, porque está necesitado, y su vida depende de su jornal…
No dejemos de velar por la buena integración de quienes han venido a trabajar y a convivir a nuestros países.
No dejemos de velar también por aquellos a los que no podemos acoger entre nosotros, y pasan hambre y miseria en tantos lugares de la Tierra. Como las personas que viven en Haití, y cuyo infortunio nos ha movido a hacer un gran ofrecimiento de solidaridad.
Una solidaridad que nos reconcilia con nuestra condición misma de seres humanos, vulnerables y fraternos. Y que no debe diluirse en el olvido.
Asimismo, quiero proclamar el más sentido compromiso con los hombres y las mujeres que, en nuestras sociedades, padecen, en estos tiempos difíciles, la falta de trabajo.
Todos ellos deben saber que no hay tarea de la que, como gobernantes, nos sintamos más responsables; que no hay tarea que nos acucie más que la de favorecer la creación del empleo.
Señoras y señores,
Hoy mi plegaria quiere reivindicar igualmente el derecho de cada persona, en cualquier lugar del mundo, a su autonomía moral, a supropia búsqueda del bien.
Hoy mi plegaria quiere reivindicar la libertad de todos para vivir su propia vida, para vivir con la persona amada y para crear y cuidar a su entorno familiar, mereciendo respeto por ello.
La libertad es la verdad cívica, la verdad común. Es ella la que nos hace verdaderos, auténticos como personas y como ciudadanos, porque nos permite a cada cual mirar a la cara al destino y buscar la propia verdad.
Pero la tolerancia es mucho más que la aceptación del otro: es descubrir, conocer y reconocer al otro.
El desconocimiento del otro está en la raíz de los conflictos que amenazan a la humanidad y ponen en peligro nuestro futuro.
El odio nace de la ignorancia y la concordia se construye sobre el conocimiento. También la paz.
España ya fue en el pasado ejemplo de convivencia entre las tres religiones del Libro: Judaísmo, Cristianismo e Islam.
Y hoy defiende en el mundo la tolerancia religiosa y el respeto a la diferencia; el diálogo, la convivencia de las culturas, la Alianza de las civilizaciones.
Lo hacemos con tanta convicción como rechazamos las afirmaciones excluyentes de superioridad moral, el absolutismo o el fundamentalismo intransigente.
Estados Unidos sabe, como también lo sabe España, que la utilización espuria de la fe religiosa para justificar la violencia puede ser enormemente destructiva.
Y qué mejor momento que este Desayuno de Oración para que recordemos juntos, para que honremos juntos, a nuestras víctimas del terrorismo.
Porque, juntos, también, defendemos la libertad allí donde se ve amenazada.
Señor Presidente, congresistas; señoras y señores,
Ya sea con una dimensión trascendente o cívica, la libertad es siempre el fundamento de la esperanza, de la esperanza en el futuro.
Por la libertad, así como por la honra -se dice en El Quijote, la obra literaria más importante escrita en español- se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir
a los hombres.
La libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos…”
Que ese don siga iluminando a América y a todos los pueblos de la tierra.
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