Publicado en la web de la Cadena Ser -Norte
- Opinión - SER comunidad, Madrid opina en red
- 13/04/2011 a las 10:57
Nuestra vida se está volviendo horizontal. Los viejos valores verticales de jerarquía, obediencia y monolitismo cada vez pintan menos en nuestro día a día, y más bien apostamos por valores horizontales de intercambio, igualdad, participación y diversidad. La dictadura es vertical, la democracia horizontal. El ‘ordeno y mando’ es vertical, el diálogo es horizontal. La exigencia es vertical, la seducción horizontal. En nuestro trabajo, en nuestra familia, en nuestro entorno todos tendemos a ser cada vez más horizontales: nos mandan menos y mandamos menos, pero en cambio cooperamos más, sugerimos y nos sugieren más, convencemos y nos convencen más. En fin, nuestra sociedad se relaciona mejor y es más sensible al argumento y la persuasión que nunca. En política, casi todos los partidos españoles han ido cambiando en paralelo a esa evolución. Alguno queda, que no señalaré en mi compromiso de no atacar en esta columna, que aún no lo ha hecho, y sigue aferrado a la imposición, la falta de diálogo y el ‘porque lo digo yo’ como señas de identidad. Algunos todavía reclaman mano dura, intransigencia y rigidez para abordar los problemas. Ese autoritarismo antiguo no tiene futuro.
Todos sabemos que el mundo es redondo, pero hay quien disiente. El analista estadounidense Thomas Friedman publicó en 2005 su influyente ensayo “El mundo es plano: una breve historia del siglo XXI”, en el que defendía que internet, la globalización económica y demás conmociones contemporáneas han vuelto plano el mundo, en el sentido de que las empresas, las sociedades y las personas de nuestro planeta tienden a nivelarse, interactuar y competir entre sí en un plano de cada vez mayor igualdad.
Yo no estoy tan seguro del alcance de esa ‘democratización económica global’ que ve Friedman, pero suscribo la idea de que nuestra sociedad occidental es cada vez más democrática. Más abierta al razonamiento, más dinámica, más pragmática, más sensible a los matices, más propensa al intercambio fructífero de pareceres, más dispuesta a escuchar a los demás. Hemos dejado atrás el ‘usted no sabe con quién está hablando’. La noción de respeto sigue vigente, pero ahora el respeto se gana, no viene dado por la posición de cada uno. Las esposas ya no preparan a los maridos la bata y las zapatillas, los hijos ya no tratan de usted a sus padres ni les deben sumisión, los jefes delegan e involucran a sus colaboradores en proyectos abiertos, las empresas procuran canalizar la creatividad y participación de sus empleados. Incluso estructuras que podrían a veces parecer más burocratizadas como las iglesias, los partidos (casi todos) y los sindicatos intentan abrirse al debate y buscan estructurarse de manera flexible y, si no horizontal, sí al menos bidireccional entre la cúpula y el resto de la organización.
En nuestro país sigue habiendo personas y grupos, que se mantienen anclados en una actitud hosca, anacrónica y antipática de todos-firmes-que-aquí-mando-yo que les aleja de la realidad, les enajena la voluntad participativa de los ciudadanos, les priva del imprescindible contraste con otras opiniones y, no por casualidad, les tiene sumido en una feroz crisis-guerra interna que promete durar años. El PSOE funciona porque articula la disensión de manera positiva y debate consigo mismo y con los demás. Se mueve en torno a ideas (la de solidaridad, la de desarrollo sostenible, la de igualdad, etc.) y promueve la transparencia y la democracia interna; otros se mueven en torno a personas como delegados de oscuros grupos de poder y fomenta el monolitismo, la adhesión, la obediencia. Hoy y cada vez más gobernar es liderar a la sociedad, estimularla y dotarla de capacidad para que progrese; para los conservadores gobernar es mandar y punto.
Los romanos distinguían entre dos clases de poder. Según ellos, una cosa es la ‘potestas’, que tiene el sentido del poder efectivo, sea cual sea su legitimidad o su origen, y otra cosa distinta y más digna es la ‘auctoritas’, que es el poder derivado de un verdadero liderazgo, inspirador, legítimo, respetado por todos y fruto de una autoridad o prestigio consecuencia del buen hacer. Podríamos decir que la potestas vence, pero la auctoritas convence. La potestas es vertical, el poder por el poder, en tanto que la auctoritas es horizontal, el poder para liderar e inspirar el progreso social. Todos estamos de acuerdo en que es la auctoritas la forma más deseable de poder, pero queda en cierta derecha española algún resabio inquietante de cuando lo importante era ejercer el poder se tuviera legitimidad para ello o no, resabio que explica aquel dicho cruel de que ‘la izquierda tiene principios, la derecha tiene intereses’.
Miguel Aguado, secretario de Medio Ambiente del PSM
Me gusta la idea de horizontalidad, pero en este mundo con los desniveles económicos que tenemos la horizontalidad creo que es ficticia. ¿Hay relación horizontal entre naciones pobres y ricas? ¿Hay una relación de horizontalidad entre políticos que fijan sus sueldos y sus jubilaciones y los ciudadanos que se les imponen sueldos y condiciones de jubilación?
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