No dejan de aparecer en la prensa artículos que indagan en las causas de la crisis y en la amenaza que ésta puede suponer para la estabilidad del Euro. En particular, Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España son puestos en cuestión y calificados despectivamente como PIIGS, es decir, cerdos en inglés. Y es cierto que, al menos en España, no hemos sabido apreciar las servidumbres que imponía la pertenencia a la moneda única. El Euro es una pieza muy importante de un modelo económico que tomó definitivamente impulso con el Tratado de Maastrich. Hablamos de modelo español, pero lo sucedido en España y en otros países, incluyendo Estados Unidos, es la consecuencia de una forma de entender la economía, la sociedad y nuestra vida misma, es decir, de unos valores, que pocos cuestionaron y, aún hoy, pocos cuestionan en profundidad. Desde mi punto de vista, este hecho es, además, una de las razones de la crisis de identidad de la izquierda. Quiero centrarme en la economía, mencionando algunas decisiones de enorme calado que han contribuido a generar la situación actual. Conocer estos hitos debería de formar parte de la cultura general, especialmente si queremos que algún día exista alguna alternativa a esta estructura socioeconómica de la que parece que no hay salida.
La ideología que definió Maastrich es la misma que viene trazando la arquitectura económica mundial desde hace décadas, abriendo paso a este modelo de globalización. Algunas de las políticas que logró generalizar fueron:
- La privatización de empresas y servicios públicos con la excusa de reducir el déficit público, y la reducción de la política industrial a su mínima expresión (“la mejor política industrial es la que no existe”, llegó a afirmar un ministro de industria español).
- La defensa a ultranza de la libertad de movimientos de capital y, con ella, la renuncia a la capacidad de gravar con mayores impuestos a las grandes fortunas y empresas dado que, de hacerlo, se irían a otros países con gravámenes inferiores (en España, caso SICAV).
- En la Eurozona, la existencia de una política monetaria única.
- El libre comercio a escala planetaria y, por ende, la competencia feroz entre ciudadanos de países con diferente grado de protección social y ambiental, cuyo corolario es la moderación salarial y del gasto público “no productivo”.
- La desregulación financiera
- La defensa a ultranza de la libertad de movimientos de capital y, con ella, la renuncia a la capacidad de gravar con mayores impuestos a las grandes fortunas y empresas dado que, de hacerlo, se irían a otros países con gravámenes inferiores (en España, caso SICAV).
- En la Eurozona, la existencia de una política monetaria única.
- El libre comercio a escala planetaria y, por ende, la competencia feroz entre ciudadanos de países con diferente grado de protección social y ambiental, cuyo corolario es la moderación salarial y del gasto público “no productivo”.
- La desregulación financiera
Ya antes del estallido de las burbujas financiera e inmobiliaria, las consecuencias de estas medidas se notaban en hechos como el aumento de las diferencias entre el 20 por ciento de la población más rico y el 20 por ciento más pobre en diecisiete de veinte países desarrollados analizados por la OCDE, o en la disminución generalizada de la participación de los salarios en la renta nacional.
En este contexto, creo que merece la pena resaltar algunas particularidades españolas. Por ejemplo, en el reparto del gasto público, el Estado (incluyendo CC.AA. y ayuntamientos como el de Madrid) primó la gran obra pública, hasta llegar a los niveles actuales que sitúan a España entre los países más dotados del mundo en autopistas y trenes de alta velocidad, a pesar de su enorme coste económico y medioambiental. Puesto que esta obra solo pueden acometerla grandes empresas, las únicas que pueden acceder a la gran financiación de la banca, este modelo trae consigo la creación de un entramado económico financiero protagonizado por banca y construcción, al que se incorporan también el sector energético y las telecomunicaciones. Este entramado es capaz de competir a escala mundial, pero a costa de favorecer la concentración de riqueza y poder en muy pocas manos.
De enorme trascendencia es el hecho de haber abandonado a su suerte a toda una generación que se ha hipotecado de por vida para acceder a una vivienda en propiedad, lo cual tiene mucho que ver con la ausencia de una potente intervención pública en este mercado. Estos españoles serán más pobres que sus padres y, sus hijos, más pobres que los de quienes pudieron comprar antes de la escalada de precios. Los beneficiarios: el sector financiero y el inmobiliario.
En España, entre 1995 y 2006 el PIB creció un 120 por ciento en términos corrientes, pero los salarios lo hicieron en un 17,4 por ciento, lo que significa que en términos reales han bajado. Luego es evidente que los trabajadores no han sido beneficiarios del supuesto periodo de bonanza. Por otra parte, el mercado laboral es dual no solo en lo que a la estabilidad en el empleo se refiere, sino también en los salarios: en el periodo citado la brecha entre lo que cobran los ejecutivos y lo que recibe el asalariado medio aumentó un 45 por ciento, y la mitad de los trabajadores se hizo mileurista.
Pese a lo anterior, es de justicia reconocer, entre otros logros, los avances sociales y el impulso a la I+D+i promovidos por los dos últimos gobiernos del PSOE. Ahora bien, se trata de iniciativas insuficientes para transformar la estructura socioeconómica y generar un Estado y una sociedad civil capaces de lograr un desarrollo socialmente justo y respetuoso con el medio ambiente. En mi opinión, cuando llegó la crisis España era una sociedad más rica, pero más desigual, y el Estado era un aparato débil. El Gobierno no decide la política monetaria. Solo dispone de la fiscal, y su autoridad está limitada de facto por las CCAA y los ayuntamientos. Debido a las privatizaciones, el Estado no tiene capacidad productiva. No dispone de una red de banca pública para hacer circular los recursos instrumentalizados a través del ICO y para generar dinero bancario. No tiene un sistema público de ayudas a los emprendedores y de cualificación profesional suficientemente potente en lo cuantitativo y en lo cualitativo. La cultura emprendedora, la cultura industrial e innovadora de los españoles, es escasa, y los recursos económicos no llegan adecuadamente a los emprendedores. Nuestra economía está descompensada: no es una economía en red, compuesta por muchos núcleos entrelazados generadores de alto valor añadido, sino una economía dependiente del sector de la construcción y de grandes núcleos de poder económico y financiero.
Tras la virulenta aparición de la crisis hubo una primera etapa en la que hasta algunos mandatarios occidentales hablaban de la necesidad de acometer profundas reformas. Pero parece que esa fase pasó y, ahora, la mayoría de las opiniones vertidas en los medios ponen el acento en descubrir en qué han fallado los alumnos menos aventajados (los PIIGS) a la hora de gestionar el modelo acordado, así como en las estrategias de salida de la crisis sin realizar cambios de fondo. Parece que ya ha pasado de moda cuestionar el modelo en sí, el modelo europeo y mundial, el que es insostenible medioambientalmente y mantiene a miles de millones de seres humanos en la pobreza. Ése es el modelo del que hay que discutir, y no solo del de los PIIGS, que no es tal, ya que en realidad únicamente representa el descarrilamiento de los valores a los que aludía al principio del artículo. Se olvidan del análisis estructural de la economía y de sus consecuencias en términos de distribución de renta y de poder. ¿Nadie se va a plantear en serio estos asuntos? Una vez más, y por paradójico que resulte que esta pregunta la haga quien suscribe: ¿dónde está la izquierda?
Miguel Ángel Ortega Guerrero
Economista y concejal del PSOE en Tres Cantos (Madrid)
Economista y concejal del PSOE en Tres Cantos (Madrid)
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