LO INDIVIDUAL, LO SOCIAL Y LA FUERZA DE LO BIOLÓGICO
Nuestra filiación con un partido político u otro se debe a la forma que hemos evolucionado genéticamente. Es la conclusión a la que ha llegado el prestigioso biólogo y ganador del premio Pulitzer E.O. Wilson y que ahora publica en The Social Conquest Of Earth (Liveright), que desvela que en nuestra vida existen dos importantes fuerzas en conflicto que determinan nuestra orientación política, dependiendo de a cuál demos más importancia. Por un lado, la que nos hace buscar el beneficio individual. Y por otro, la que nos lleva a perseguir el interés común. Wilson se une así a una larga serie de estudios que han defendido que nuestra orientación política está determinada por lo biológico.
Los conservadores reaccionan de manera mucho más fuerte frente al miedoEn esta relación que mantenemos con nuestro entorno existen dos grandes tendencias en permanente conflicto, y que influye en nuestra vida en un mayor o menor grado. Por un lado, la que nos lleva a poner nuestro interés personal en primer plano, persiguiendo que sea nuestra herencia genética individual la que predomine. Por otra parte, la que persigue que lo que prevalezca sea el interés de la comunidad. En ese caso, la competición por la primacía de lo genético se realizaría entre grupos, no dentro de un mismo grupo. Las comunidades que se impongan sobre las demás serán las que transmitan su impronta genética a la siguiente. Se trata de una concepción que, tal como señala este investigador, hace unos años era tabú, pero que ahora ha vuelto a ser reivindicada en las discusiones evolucionistas. Dependiendo de cuál de las dos fuerzas predomine, señala Wilson, nuestro genoma estará configurado de una forma u otra.
Una lucha de opuestos
Determinados analistas estadounidenses han trasladado tal visión al campo de la política de su país. Según su razonamiento, el Partido Demócrata estaría formado por aquellos cuya configuración genética les lleva a buscar el bien de la comunidad, mientras que los republicanos serían aquellos que se preocupan por garantizar la libertad de cada individuo con el objetivo de que sea este el que lleve a cabo su proyecto de vida. En una entrevista para el Smithsonian Institute, Wilson afirmaba que “casi cualquier cosa se puede utilizar para ejemplificar tal lucha”, y señalaba por ejemplo la pasión en un partido de fútbol, la necesidad de crear leyes para suprimir el impulso que puede llevar al crimen o la aprobación y recompensa de los héroes de un grupo, reflejo de dichas dinámicas entre lo individual y lo comunitario.
Sin embargo, asegura el investigador, ambas tendencias deben convivir para garantizar el bienestar del ser humano. “La victoria nunca puede ser absoluta”, escribe en el ensayo. “La lucha no puede decantarse por ninguno de los dos polos. Si, por ejemplo, la motivación individual prevaleciese, las sociedades se desmoronarían. Si, por el contrario, lo importante fuese la selección del grupo, las sociedades humanas se comportarían como colonias de hormigas”.
La amígdala y el cíngulo
No se trata del primer estudio destinado a desvelar las diferencias biológicas entre las dos grandes tendencias políticas del mundo democrático. A finales de 2010 se publicó un estudio en Reino Unido que señalaba que los conservadores solían tener una amígdala cerebral más grande que la de los laboristas. El estudio, realizado por un grupo de investigadores del University College de Londres, apuntaba que la respuesta a las situaciones de miedo era la gran diferencia entre ambas ideologías, mucho más fuerte en el caso de los tories.
Sin embargo, los conservadores tenían un cíngulo mucho más pequeño que el de los progresistas, una zona situada en la parte anterior del cerebro asociada con la valentía y el optimismo. El estudio se basaba en otro realizado poco antes en la Universidad de San Diego en California en el que James H. Fowler y Nicholas A. Christakis sugirieron que el gen receptor de dopamina llamado DRD4 sería más frecuente entre las personas más progresistas. La razón: que se trata de un gen que se excita ante lo innovador y lo inesperado, provocando una respuesta positiva. Por ello ha sido denominado como “el gen liberal”.
El autor sugiere que los republicanos lo son porque no están dispuestos a afrontar los cambiosEl profesor Geriant Rees, responsable de la investigación británica, recordaba que “nos sorprende encontrar un área del cerebro que puede predecir la actitud política. Es un descubrimiento significativo porque sugiere que hay algo en la estructura de nuestro cerebro que determina nuestra actitud política”.
Una vieja pretensión
Otros libros como The Republican Brain. The Science Of Why They Deny Science And Religion (Wiley) de Chris Mooney, intentan abordar también estas diferencias desde un punto de vista psicológico y neurológico. En el libro, publicado este mismo año, el autor sugiere que los republicanos lo son porque no están dispuestos a afrontar los cambios debido a su configuración cerebral. Lo que necesitan, señala el científico, es una alta certidumbre en su vida, lo que les lleva a rechazar todo aquello que no encaja con su visión del mundo. Por el contrario, los progresistas buscarían continuas novedades en su vida.
El más antiguo de todos estos trabajos es el realizado por Hans Eysenck durante los años cincuenta. Su libro llamado La psicología de la política (Transaction Publishers), desde un punto de vista conductista, incomodó a todos los grupos políticos, exceptuando a los liberales ya que eran los que mejor parados salían del tema, al considerarlos “gente moderada e idealista”. Por el contrario, encontró afinidades entre los conservadores y los fascistas, entre los socialistas y los comunistas y, de forma quizá no tan sorprendente, entre los comunistas y los fascistas. La semejanza se encontraba en la llamada “escala T”, que divide al ser humano por su nivel de fanatismo, y que recogía lo que muchos ya habían sospechado: que los extremos se tocan.
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