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El decálogo de Eduardo Punset para tener una buena vida en el siglo XXI


La relación entre la joven bella y deseosa de conocimiento y el sabio maduro que transmite su saber, que es también trasunto de la relación entre saber y emoción, es el centro narrativo de la nueva obra de Eduardo Punset, El sueño de Alicia (Debate). En ella, el divulgador español más popular utiliza una peculiar recreación de Pigmalión para armar un compendio sobre lo que la ciencia puede enseñarnos acerca de nuestra vida.
A través de las tesis de científicos como Oliver Sacks, Daniel Schachter, Richard GregoryAntonio Damasio, Hidehiko Takahashi, David Bainbridge, Ken Robinson, Simon Baron-Cohen o Gerd Kempermann, Punset lleva a cabo una inversión peculiar, que revela mucho de nuestra época y de los modelos de conocimiento que se están imponiendo.
Hasta ahora, cuando queríamos encontrar fundamentos sólidos sobre nuestra vida interior o sobre la manera de relacionarnos con los demás, recurríamos a las humanidades. Pero ese no es el campo en el que hoy debemos buscar las respuestas, señala Punset. Ni siquiera en lo que se refiere a las bases para una buena vida, que habitualmente demandábamos a la filosofía, podemos fiarnos de las viejas creencias. Vivir bien es algo de lo que nos informa mejor la ciencia. 
Las certezas en las que Punset se apoya para entender el mundo del siglo XXI, y que son con las que debemos acostumbrarnos a operar, son las siguientes:
1El centro es la red. Vivimos en sociedades interconectadas, donde la experiencia milenaria del aislamiento es ya impensable, y que son plenamente conscientes de que la existencia de vínculos de intercambio es lo que nos permite innovar. En ese contexto, la lengua materna es importante, pero dista mucho de serlo todo: saber idiomas será indispensable en el futuro cercano, en tanto instrumento y expresión de la voluntad de abrirse al exterior y de interconectarse con las redes apropiadas. Como afirma Punset en El sueño de Alicia, si un pueblo con una identidad muy fuerte se cierra sobre sí mismo se va asfixiando cada vez más.
2. Cualquier tiempo pasado fue peor. Importa el presente, no el ayer. La idealización del pasado a menudo obvia la violencia y la crueldad presentes en muchas de sus prácticas cotidianas. Las niñas que sacrificaban en el Chile remoto para invocar a las fuerzas que traían la lluvia no estarían muy conformes con la visión de quienes sueñan con tiempos pretéritos y los tienen como un modelo al que regresar. Desde la concepción de Punset, la historia es lineal, y avanza hacia mejor.
3. Tenemos que sincronizarnos con nuestro tiempo personal. Poseemos un reloj interno, compuesto por cien mil millones de neuronas, que marca los ritmos circadianos y que regula muchas de las funciones de nuestro organismo, como los patrones de sueño y alimentación, la temperatura corporal, los niveles de hormonas, el sistema inmune o la regeneración celular. Conocernos mejor supone investigar más acerca de este reloj y tomar en cuenta sus ritmos.
4. No se trata de hallar la solución, sino de evitar el problema. El mejor ejemplo son los medicamentos, a los que recurrimos para solucionar todo tipo de males y que en muchas ocasiones consumimos incorrectamente. Esa utilización masiva termina siendo contraproducente, como demuestra el caso de los antibióticos. El uso frecuente ha provocado que las bacterias se hagan resistentes y que hayan aparecido cepas a las que los antibióticos ya no afectan.
Por lo tanto, en lugar de tratar de remediar lo que está ocurriendo, deberíamos prestar más atención a los factores que nos hacen estar sanos. Es más importante prevenir, modificando nuestro estilo de vida si no es el adecuado, dejando de fumar o realizándonos un chequeo a tiempo, que tratar de curar después la enfermedad.
5. Vivir mucho y bien es fácil. El tiempo que vivimos está determinado por la autocapacidad protectora del sistema inmunológico, afirma Punset, lo cual no está vinculado estrictamente a la edad cronológica, sino a saber conservar intacto (o casi) el sistema inmunológico. Y para ello, sólo hay una fórmula. Con cuatro pasos: dieta adecuada, fomentar una buena salud física mediante ejercicios frecuentes y regulados, evitar las drogadicciones y las sustancias tóxicas y cuidar la salud mental, en especial en lo referido a la gestión de las emociones negativas como la ira, la rabia, el desprecio o la falta de empatía.
6. Redefinir la autorrealización. Aunque nos pasemos la vida buscando el reconocimiento de los demás, no hay nada como tener el sentimiento de que uno controla su propia vida para sentirse potente: eso es lo que llamamos “estar bien con nosotros mismos”. Pero, por la misma razón, no debemos animar a los chicos a que descubran lo que les gusta hacer, sino que hemos de empujarles a que profundicen en ello hasta que lo controlen. Encontrar el propio elemento, afirma citando a Ken Robinson, no consiste sólo en identificarlo, sino gracias al esfuerzo continuado, en tener la seguridad de controlarlo.
7. La creatividad es el centro del mundo. Se trata de una competencia esencial para nuestro devenir. Por eso tenemos que potenciarla al máximo e investigar sobre ella todo lo que podamos. En este sentido, señala Punset, recogiendo las tesis del científico británico David Nutt, el caso más peculiar es el de las drogas, porque nos hemos fijado en sus peligros sin atender a los beneficios potenciales. Así, escribe en su obra, el éxtasis puede ser una droga muy útil para las personas con trastornos provocados por estrés crónico, la psilocibina, una sustancia alucinógena, combate con eficacia las migrañas y el LSD sirve para tratar a pacientes moribundos. Pero en lugar de investigar sobre ellas y analizar sus efectos terapéuticos, preferimos gastarnos el dinero (y son muchos millones) exclusivamente en políticas de prevención.
8. Necesitamos nuevas competencias. Las habilidades en que nos apoyamos tras la revolución industrial ya no sirven para estos tiempos. Permanecer anclados a ellas no nos va a permitir encontrar trabajo, mejorar nuestra productividad o inventar nuevas salidas. Las viejas competencias han quedado obsoletas porque están demasiado jerarquizadas y porque no dan importancia a la creatividad. Hoy lo prioritario es fomentar la cooperación en lugar de la competitividad, dominar las técnicas de concentración, familiarizarse con el mundo digital y dar a la creatividad un enorme valor.
9. La intuición es tan válida o más que la razón. El instinto, según la neurociencia, nos muestra lo que debemos hacer mucho antes de que nuestra mente consciente reaccione. La intuición es un tipo de conocimiento que se basa en la capacidad para percibir pistas, señales y patrones asociados con experiencias previas, y dista mucho de ser, como se había creído hasta ahora, un poder místico. Cita Punset a Albert Einstein cuando afirma que “la mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente racional un fiel sirviente. Hemos creado una sociedad que honra al sirviente y ha olvidado el regalo”. La intuición nos sirve para tomar mejores decisiones que la razón.
10. El inconsciente emocional manda. Hemos marginado sentimientos y emociones y no nos hemos dado cuenta de ello, asegura Punset, porque estábamos convencidos de que éramos la expresión de una dualidad permanente entre mente y cuerpo en la que la primera debía imponerse al segundo. Pero la realidad es diferente porque la ciencia nos ha enseñado que todo está mezclado y que las emociones y los procesos puramente cognitivos son inseparables. 
No somos conscientes, pues, de la importancia que tienen las emociones en nuestra vida y de hasta qué punto determinan nuestras acciones. Nos creemos personas racionales que gracias al uso del intelecto eligen libremente qué hacer, pero no es así. Por suerte, el científico del siglo XXI sí tiene claves de acceso para penetrar en ese mundo emocional. Las nuevas técnicas de investigación y los descubrimientos de la neurociencia nos permiten hoy dar solución a muchos de nuestros problemas.

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