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FELICIDAD INTERIOR BRUTA



Es asombroso cómo las palabras que usamos en nuestro día a día conforman nuestra forma de ver las cosas. Si es cierto que cada idioma funciona como unas gafas a través de las cuales entendemos, interpretamos y verbalizamos la realidad, no es menos verdad que la forma de decir las cosas nos puede permitir descubrir y comprender la verdad desde nuevos ángulos (o bien ocultarla y malinterpretarla). Por eso me parece acertado el eslogan del PSOE para las elecciones europeas, “Este partido se juega en Europa”, porque centra la atención sobre los temas reales sobre los que han de decidir los ciudadanos: el “Mañana” de López Aguilar frente al “Ayer” de Mayor Oreja. “Vencer a la crisis” en oposición a “Aprovecharse de la crisis”. “Servicios públicos” contra “Negocios privados”. “Jornada de 48 horas” versus “Jornada de 65 horas”. Mas no te inquietes: aquí se han acabado las alusiones al 7-J. Si has leído hasta aquí, no necesito sugerirte que votes ni a qué partido votar.

Muchos años antes de hacerse famoso en todo el mundo como gurú de la comunicación progresista con sus libros “No pienses en un elefante” y “Puntos de reflexión”, el norteamericano George Lakoff coescribió un libro prácticamente desconocido, entre la lingüística y la filosofía, titulado “Metáforas de la vida cotidiana” (“Metaphors We Live By” en su título original), que la Universidad de Chicago publicó allá por 1980. El entonces treintañero Lakoff elaboró con el filósofo Mark Johnson una tesis provocadora: que las metáforas condicionan de manera decisiva e invisible nuestra forma de percibir la realidad, de pensar y de actuar. Si el lenguaje nunca es neutro, las metáforas son el elemento más tendencioso de todos.

Lakoff y Johnson ponen un ejemplo ingenioso para demostrar hasta qué punto nos dominan las metáforas. Para nuestra cultura, discutir es combatir. En castellano, como en muchos otros idiomas, aceptamos sin rechistar la metáfora “una discusión es una guerra” y la reforzamos mediante un vocabulario belicista y una lógica de confrontación, en la que un interlocutor ataca los puntos débiles del otro, se tira con bala si se dispone del suficiente arsenal dialéctico y se atacan los argumentos del contrario, que puede atrincherarse en sus posiciones, defender su territorio o contraatacar de forma combativa, hasta que uno se impone y gana la discusión. Imagínate lo distinto que sería discutir si perteneciéramos a una cultura donde rigiera la metáfora ‘una discusión es un baile’. Los interlocutores tendrían que colaborar entre sí y marchar al compás, y primaría la armonía sobre la victoria, el ritmo sobre la refutación, el goce estético sobre el dialéctico.

En una sociedad avanzada y acomodada como la española solemos dar por supuesto que nuestra calidad de vida viene determinada por nuestro bienestar material. Sí, aceptamos que la salud y el amor también importan, pero solemos asumir que para sentirnos satisfechos lo decisivo son el dinero y las cosas materiales que podemos comprar con él. La evidencia de que muchísima gente es feliz aun viviendo en sociedades pobres e incluso míseras no consigue poner en cuestión nuestra metáfora cultural de “más dinero es mejor”. Bueno, esto está cambiando. Es obvio que muchos occidentales, y sobre todo muchos europeos, están matizando su materialismo y evolucionando hacia un postmaterialismo que les hace medir su bienestar en términos no exclusivamente económicos. En esa línea, yo siempre he pensado que si como personas nuestra aspiración máxima es ser felices, como sociedad nuestro anhelo colectivo ha de ser procurarnos (o rozar) esa felicidad. En tal caso, es evidente que el deber de los políticos es intentar que la gente sea feliz, más feliz o en el peor de los casos menos infeliz. Llámame ingenuo, pero te prometo que yo estoy en política porque creo en eso.

En ese sentido, un pequeño, atrasado y modestísimo país asiático constituye el paradigma de esa transgresión benéfica de valores. Me refiero a Bután, un diminuto reino budista encaramado al Himalaya y encajonado entre dos potencias como China e India, tan pobre, tan aislado y tan poco moderno que consideran desarrollado a su paupérrimo vecino Nepal. Pues bien, este Bután tan humilde, este Bután tan desconectado de las tendencias internacionales, nos brinda a todos un ejemplo hermosísimo e inspirador. Bután no acepta la metáfora “el bienestar es prosperidad material” y propone como alternativa “el bienestar es felicidad”. Pero no se trata de un gesto simbólico.

Desde los años 80, el estado butaní ha desarrollado oficialmente como indicador del bienestar de su pueblo una especie de felicímetro, un medidor de la felicidad de los ciudadanos que se extrae a partir de 72 indicadores que giran en torno a cuatro valores esenciales, cultura, paz social, medio ambiente y buen gobierno, sin olvidar factores tan originales como bienestar psicológico, salud, educación, biodiversidad, uso del tiempo y vitalidad de la comunidad. Este felicímetro sustituye formalmente a lo que en el resto del mundo conocemos como PIB. En Bután, en vez de Producto Interior Bruto, miden su Felicidad Interior Bruta. Y ojo: pese a su inmensa precariedad material, un estudio de la universidad británica de Leicester ha revelado que el pueblo de Bután es el octavo más feliz del mundo, por delante de Estados Unidos

Es curioso que Bután instituyera la Felicidad Interior Bruta 20 años antes que la democracia. En aquel país, alcanzar la democracia es consecuencia de perseguir la felicidad. De hecho, fue el propio rey Jigme Wangchuck el impulsor de la democracia… en contra de la voluntad mayoritaria inicial de sus súbditos. Un caso insólito y conmovedor el de un monarca absoluto que lucha durante años para que la ciudadanía participe en la decisión sobre los asuntos públicos: en 2005 Wangchuck elaboró una Constitución democrática, en 2006 abdicó en su hijo, en 2007 organizó un simulacro electoral nacional para enseñar a la gente a votar y el pasado 24 de marzo vio culminada su democratización con las primeras elecciones multipartidistas del país. Claro que quedan detalles por pulir: 45 de los 47 parlamentarios elegidos pertenecían al partido ‘monárquico’, y su contendiente el partido ‘popular’ sólo logró dos escaños. Los ‘populares’ dimitieron por vergüenza, y el ex rey tuvo que convencerles de que regresaran al Parlamento. A sus puertas, una multitud se manifestaba de manera pacífica por la vuelta a la monarquía absoluta.

Si en Bután han podido cuestionar las metáforas, si allí han decidido medir la riqueza no en dinero sino en felicidad, ¿qué no podríamos conseguir nosotros?

De momento, yo propongo una modesta subversión metafórica: para empezar, sustituir la metáfora “las fuentes de energía no renovables son seguras e inagotables”, obsoleta y fehacientemente falsa, por la metáfora “las fuentes de energía no renovables no son renovables ni inagotables”. Vale, esta última no es una metáfora, ni siquiera un silogismo, pero demasiada gente sigue negándola como si no fuera una obviedad. En segundo lugar, sugiero reemplazar la metáfora “las elecciones europeas son en realidad una ocasión para que Rajoy se afirme en el liderazgo del PP” por la metáfora “las elecciones europeas en realidad son unas elecciones europeas”, que sofisticada no es muy sofisticada, pero desde luego es verdadera. Revolucionario, ¿eh? Pues aún me animaré con una tercera sugerencia: desechar la metáfora “el despido libre sirve para crear empleo” en beneficio de la metáfora “el despido libre sirve para despedir de manera libre”.

Me está divirtiendo el jueguito este de cuestionar ciertas metáforas de la derecha. Me vienen a la memoria, querido lector, algunas cuestionables metáforas conservadoras que hemos oído todos recientemente, y te propongo jugar a subvertirlas: “España es un país que se rompe”. Fácil, ¿no? Otra: “el peso de España en Europa es irrelevante”. Chupada también. Más: “la píldora del día después es un método abortivo”, “el aborto es peor que la pedofilia”, “el preservativo no es un freno frente al contagio del sida”… Flojas metáforas. Necesitamos cambiar de metáforas, o cambiar de derecha.
Miguel Aguado Arnáez
Artículo de opinión. JUNIO 2009

Comentarios

  1. Toda una revelación. De la felicidad a la democracia. Nosotros en España lo hemos intentado al revés: lo estamos intentando al revés. Seguro que también es perfectamente posible. Pero necesitamos una nueva generación de políticos, de ciudadanos, que aspiren genuinamente a que en España se viva mejor.

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