Las desigualdades excesivas, popularizadas en torno a la idea de la “sociedad del 1% frente al 99%”, han irrumpido en la agenda pública tanto en España como en todo el mundo desarrollado.
Por supuesto, todas las sociedades albergan algún tipo de desigualdad, y esto es hasta cierto punto positivo, – el corolario de una sociedad libre es una sociedad en alguna medida desigual, en la que hay espacio para opciones personales de promoción social.
Pero lo que se está dibujando hoy son sociedades polarizadas y desintegradas, en las que ha surgido una tendencia a que el 20% que más gana se despegue del 80% restante, y donde el 1% concentra una porción leonina y abusiva de renta y riqueza.
Conviene, de salida, deshacer dos mitos: aunque hay que agradecer enormemente a Oxfam la llamada de atención mundial que ha hecho sobre la desigualdad, a veces ha podido caer en el exceso de afirmar que se trata de una tendencia universal. Y no es así. Las desigualdades excesivas no se están produciendo en todo el mundo, sino, fundamentalmente, en los países más avanzados. En el resto del mundo los aumentos de la renta, que ha progresado de modo espectacular en los últimos 25 años, se han repartido algo más ecuánimemente.
También conviene deshacer otra idea muy extendida: la tendencia a unas diferencias de renta progresivas y exacerbadas no ha sido causada por la crisis sino que se gestó mucho antes, en concreto desde finales de los años 80 del pasado siglo, – si bien, se ha agudizado hasta el extremo durante la larga crisis.
El gráfico que se presenta a continuación sirve para ilustrar los dos puntos mencionados. Nos muestra el reparto de los incrementos de renta a escala mundial entre 1988 y 2008, en los 20 años previos a la crisis. A pesar de su aparente sencillez, este cuadro esconde una gran elaboración estadística, puesto que resume las ganancias porcentuales acumuladas de renta de todos los habitantes de todos los países, clasificados a partir de los estratos de renta que ocupaban en 1998 (en el eje horizontal).
Según sus autores ( http://www.voxeu.org/article/global-income-distribution-1988 Christoph Lakner , Branko Milanovic ) los grandes aumentos de renta favorecieron a dos segmentos. En primer lugar, los ciudadanos situados en torno a la zona media del gráfico, que casi doblaron sus rentas: los “ganadores” son las crecientes clases medias del Asia resurgente (China, Indonesia, Tailandia o India) y algunos países de América Latina.
Por otra parte, los otros grandes “ganadores” fueron las rentas más altas: el 5% de la población mundial contabilizó el 44% del aumento de toda la renta entre 1988 y 2008.
Pero es entre estos dos grupos donde se representa a los “perdedores”, aquellos que o no han visto incrementos importantes de su renta o que la vieron menguar en esos 20 años: se trata de las clases trabajadoras y medias de los países de la OCDE.
La tendencia a una desigualdad exacerbada, que polariza las sociedades desarrolladas se manifiesta al menos de dos formas principales:
- Una primera tendencia es que los que más renta ganan van aumentando sus ganancias en relación a la mayoría de ciudadanos. Esto es comprobable si observamos la evolución a lo largo de los años de la renta media y de la renta de la mayoría de ciudadanos. Cuando la renta media aumenta más rápidamente que la renta de la mayoría esto significa que los segmentos de renta más alta de la sociedad van ganando terreno en relación al ciudadano normal.
Esa tendencia ya existía antes de la crisis en España: la diferencia entre la renta media y la renta de la mayoría aumentó entre 1995 y 2007 en 21,5%. Y entre 2008 y 2013 esta diferencia creció otro 23,2%. Se puede decir, por tanto, que las desigualdades ya se estaban fraguando antes y se duplicaron durante la crisis.
Esto no solamente ocurrió en España: desde 1975 se observa la misma tendencia en los EEUU, de modo que, para 2010 la renta media se había alejado 80 puntos respecto a la renta de la mayoría de la población.
- Una segunda tendencia consiste en las diferencias de renta entre los ciudadanos normales y los “superstars” se han disparado de modo exponencial. Esto ocurre en campos tan diversos como el arte, la literatura, los deportes, la moda, y por supuesto, los grandes inversores, CEOs y consejeros de grandes empresas.
Ya en 2006, es decir, antes de la crisis, cuando el salario medio español era de unos 19.700 euros, la paga de altos ejecutivos superaba en más de 100 veces ese sueldo. La situación se ha mantenido sin variación a lo largo de la crisis y a su salida: si el salario medio de los españoles en 2012 era de 22.700 euros, el salario promedio de un consejero ejecutivo de una gran empresa del Ibex35 ascendía a 2,9 millones de euros anuales, (https://www.cnmv.es/portal/Publicaciones/Informes.aspx ): 126 veces el salario medio español
Una situación similar existe a nivel internacional: los ejecutivos de las empresas englobadas en el FTSE 100 ganaban en 2014 una renta 131 veces la del salario medio en sus compañías (http://www.hrmagazine.co.uk/article-details/the-evolution-of-executive-pay ). Sin embargo en los años 60 del pasado siglo, antes de que se iniciara la carrera hacia sociedades desiguales, los CEOs ganaban en promedio 40 veces el salario medio.
La aparición de las desigualdades excesivas, y su crecimiento a lo largo de los últimos veinte años, obedece a dos factores que se refuerzan mutuamente.
Por un lado es resultado del modelo económico que se inauguró en los años ochenta, el modelo económico neoliberal, en el que aún estamos inmersos. Sus rasgos han estado en operación y se han profundizado a lo largo del tiempo: la destrucción del poder organizado de los trabajadores, la tendencia a la baja de los salarios, la aparición del “precariado”, la financiarización de la sociedad (por la que el consumo y la inversión familiar se mantienen con el recurso a un crédito abundante, compensando así el descenso en los salarios de la mayoría). Todos estos rasgos explican de modo muy principal la emergencia de la desigualdad en los países desarrollados.
Pero esto se ha visto reforzado por otra tendencia paralela: lo que se ha dado en llamar en el Foro Económico de Davos la “cuarta revolución industrial”, la digitalización económica.
A decir del informe que ha publicado el Foro Económico Mundial, esta revolución va a significar hasta 2020 la desaparición neta de cinco millones de puestos de trabajo. Sin embargo los efectos de la economía digital son anteriores, y probablemente, no tan tranquilizadores. De acuerdo con un detallado estudio de 702 profesiones hecho en 2013 se concluía que un 47% de los puestos de trabajo actuales en los EEUU estaban en riesgo de desaparecer debido a la digitalización de muchas profesiones rutinizables, cualificadas o no cualificadas (http://www.oxfordmartin.ox.ac.uk/downloads/academic/The_Future_of_Employment.pdf ).
Los efectos de la economía digital van más allá, y explican la aparición de las “superstars” antes mencionada. La digitalización ha transformado los mercados en instantáneamente globales. En ellos, el pago a los de arriba no se relaciona con el desempeño en términos absolutos, sino en términos relativos: se paga a los que están en la cúspide no tanto por su productividad directa, sino porque una pequeña ventaja comparativa respecto a otros posibles candidatos se traduce en beneficios incalculables en los mercados globales. Por ello hemos visto surgir en nuestras sociedades a esos “superstars”.
Las “stock options”, o el pago de directivos en acciones ligadas a la valoración bursátil, fue el primer elemento de los increíbles sueldos de grandes ejecutivos. Esto creó un nuevo mercado, en el que los grandes directivos se comenzaron a cotizar por cifras astronómicas. A partir de ahí, por emulación, los salarios directivos en general se han ido gradualmente despegando de su productividad y el resultado son los excesos que antes hemos señalado y que están contribuyendo muy poderosamente a la creación de sociedades más y más desiguales, donde el 20% prospera y el 80% se estanca.
El escenario actual, donde las clases trabajadoras y medias no progresan, parece que continuará en el futuro. Lo siento, no lo digo yo, sino la OCDE (http://www.keepeek.com/Digital-Asset-Management/oecd/economics/policy-challenges-for-the-next-50-years_5jz18gs5fckf-en#page21 ), que asegura que las desigualdades en renta crecerán hasta 2060 entre un 17 y un 40%. De hecho nos auguran un futuro muy poco optimista: países reconocidos por su justicia social, como Suecia o Noruega se irán pareciendo más a la media de la OCDE, mientras que los países de la OCDE se parecerán más y más, en términos de desigualdades a los EEUU.
Como asegura Paul Mason en su magistral “Postcapitalism: a guide to our future”, habría que concluir diciendo que las generaciones actuales, las más educadas en toda la historia de la Humanidad difícilmente van a aceptar ese futuro de alta desigualdad.
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