Existe la percepción generalizada (y además cierta) de que los jóvenes europeos en general y los españoles en particular disfrutan un alto nivel de concienciación medioambiental. Hasta aquí todo bien. Así lo corroboran el Eurobarómetro, los ecobarómetros europeos y autonómicos, el Informe nacional del Instituto de la Juventud y un largo etcétera de estudios: tenemos los jóvenes no sólo más preparados de nuestra historia, sino los más concienciados en materia medioambiental. Podemos estar legítimamente orgullosos de nuestra concienciada juventud.
Pero la conciencia sin acción se queda en poco. Analicemos otros datos.
Ya son muchos los años que en España llevan funcionando sistemas de recogida selectiva de residuos urbanos: hace tiempo que se recoge el vidrio y el papel en contenedores separados y algo menos que se recogen los envases y otros residuos. La lógica dicta que si los jóvenes españoles son los miembros más activos, innovadores y concienciados de nuestra sociedad, deberían ser obviamente los mejores y más frecuentes usuarios de estos sistemas de recogida. Pues no. La verdad es muy distinta.
Las empresas y entidades que gestionan la recogida estudian los perfiles, frecuencia y hábitos de los españoles en esta materia y sus datos no pueden ser más concluyentes: los mejores usuarios en cantidad (frecuencia, volumen) y en calidad (acierto en la clasificación) son… los jubilados.
La conclusión es inquietante: la conciencia en los jóvenes y la acción en los mayores. Quienes se ponen pesados en casa para que se separen y reciclen los residuos son los jóvenes. Pero quienes acaban llevando de forma estable, correcta y adecuada los residuos al contenedor son los mayores. Un síntoma paradigmático de algunas disfunciones de nuestra sociedad. Cargamos todo el énfasis concienciador y educativo sobre cambio de hábitos y cultura social sobre los jóvenes y los niños. Son ‘el futuro’, argüimos astutamente. Y dejamos para otro momento dirigirnos al grueso demográfico de la población (‘el presente’), al tiempo que consideramos que perdemos el tiempo si nos centramos en los mayores (‘el pasado’).
Todos formamos parte de la sociedad, todos con nuestros hábitos y forma de actuar influimos y modificamos su rumbo y sus valores; desde el más tierno infante hasta el anciano más provecto. Quizás ‑sólo quizás‑ conceptos que hoy algunos verbalizamos como ecología, reciclaje o reutilización antes formaban parte implícita de la cultura general tradicional: consumíamos el agua que se necesitaba y no derrochábamos porque había que pagarla, era impensable dejar las luces encendidas si no se usaban, en invierno se estaba en casa con jersey y en verano en manga corta (y no al revés como ahora). Muchas actitudes que ahora vemos radicalmente modernas son viejos hábitos consustanciales para nuestros mayores.
No hace falta que cada generación invente la rueda. La ecología es hacer las cosas con la cabeza, con sensatez y con equilibrio (magnífica palabra, tan necesaria hoy en muchos sentidos). Equilibrio, sensatez, cabeza. Nuestros mayores lo sabían y lo practican, nuestros jóvenes lo descubren pero no lo suelen practicar, y los que no somos ni del todo mayores ni ya jóvenes a veces ni lo uno ni lo otro. Si aportamos un poco de equilibrio entre todos construiremos un entorno mejor: experiencia, ganas de hacer las cosas y raciocinio serán siempre garantías de éxito. Pongamos un poco de ecología, digo de equilibrio, en nuestras vidas.
Introducir la preocupación por el medio ambiente en la agenda pública es un logro extraordinario, pero tiene el efecto colateral de convertir el ecologismo en parte del establishment ideológico, de nuestro mainstream cultural. Y el instinto de rebeldía de muchos jóvenes les puede llevar a desapegarse de algo que pueden percibir como preocupaciones "de mayores". Ojo con ese riesgo.
ResponderEliminarAcertada reflexión. Aún así creo que el gran reto de la concienciación en este mundo moderno es lograr hacer pasar a la acción y no "pasar de la acción".
ResponderEliminarGracias