Una línea de pensamiento que reconforta es tratar de adivinar por dónde van a ir los tiros. No es verdad que todo el mundo está convencido de que las cosas van a ir mucho mejor en el futuro. La creencia de que estamos a punto de superar la crisis les corresponde defenderla a los políticos, pero no es cierta. Hay datos que tienden a oscurecer la verdad y los hay que tienden a desvelar la realidad.
El primer error es atribuir las afirmaciones a un único factor. Se dice, por ejemplo, que los datos que anticipan un aumento del producto nacional son una prueba irrefutable de que está variando la coyuntura económica. Pero no es cierto.
Como explican los partidarios de la llamada economía de la atención, lo decisivo es conocer cómo percibe la gente lo que los demás están diciendo, y el tiempo que le dedican. Eso quiere decir que el mensaje puede caer en papel mojado, o bien que la gente no le dedique suficiente atención al aumento del producto nacional y, en cambio, esté anonadada por el discurso abrumador de que el país esté postrado por tanto hastío y pesimismo.
No se puede culpar de esto a los economistas sensatos, que se limitan a interpretar de una determinada manera el movimiento cíclico de las principales variables económicas. Es lo que les hemos enseñado en la escuela y lo que han aprendido. Como han sugerido los mejores biólogos, la vida es una equivocación que cuesta años superar: cuando cambian las causas que todo lo explicaban –o lo explicaban a medias– hace falta mucho tiempo para descubrir las nuevas razones que parecen iluminar casi todo.
Más de un galardonado con el premio Nobel ha intentado explicarme lo mucho que le ha costado –a raíz de haber aprendido a mirarla de otra manera– formular una nueva y útil versión de la vida. Ahora acabamos de aprender que una cosa es lo que explicamos en la prensa y otra muy distinta cómo entendemos los demás lo que está ocurriendo. Y esto es lo verdaderamente importante.
El lenguaje digital ha dado lugar a una forma neuronal de transmitirnos señales unos a otros. Estamos en otro mundo. Como le hizo decir un autor nuevo al niño pesado e intratable: «Mamá, no es un déficit de atención mi supuesta falta de interés, es que no me interesa nada de lo que dices».
La primera característica que se desprende del análisis científico más moderno es un nivel de humildad y modestia que jamás tuvo el pensamiento dogmático que lo precedió. Una alegría de los últimos años –como recordaba yo mismo en El viaje al poder de la mente– ha sido la convergencia del economista Richard Layard, el neurólogo Eric Kandel y el psiquiatra Elkhonon Goldberg en el mismo campo de investigación científica. Afortunadamente, la separación del pensamiento dogmático del pensamiento científico –que postula la vigencia temporal de lo sugerido hasta que se pruebe y experimente lo contrario– está cristalizando.
«¿Por qué ese retraso incomprensible en adecuar la mente a la realidad?», me preguntaba ya entonces. Tiene mucho que ver, justamente, con las ofuscaciones de la mente, el poder abrasador de las convicciones heredadas y la falta de humildad que conlleva seguir considerándose el centro del universo. ¿Cómo negar que siguen existiendo esas tres malfunciones?
Publicado en el blog de Eduard Punset:
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