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'Sapiens': el mono que se convirtió en dios







"Nunca convenceremos a un mono para que nos dé un plátano con la promesa de que después de morir tendrá un número ilimitado de bananas a su disposición en el cielo de los monos». Para Yuval Noah Harari (Haifa, Israel, 1976), la diferencia crucial entre el primate humano y todos los demás animales de la Tierra es que los sapiens no sólo son capaces de imaginarse cosas que nunca han visto, tocado ni oído, sino además de convencer a muchas otras personas de que sus fantasías (por muy descabelladas que sean) son verdad.

Cualquier chimpancé puede avisar a sus compañeros de manada sobre un peligro con un alarido específico que significa: «¡cuidado, un león!». Sin embargo, gracias a lo que este historiador israelí denomina «la revolución cognitiva», sólo los sapiens adquirieron la capacidad para inventar y proclamar la existencia de algo tan falso como extraordinariamente poderoso: «el león es el espíritu guardián de nuestra tribu». Para Harari, esta insólita capacidad para inventar ficciones y, sobre todo, para transformarlas en mitos compartidos por miles e incluso millones de personas, es la clave fundamental para explicar por qué «un simio insignificante» se convirtió en «el amo del planeta».

En De animales a dioses (Debate/Edicions 62), la monumental, provocadora y brillante Historia de la Humanidad que acaba de llegar a las librerías españolas tras vender más de 300.000 ejemplares en Israel y traducirse a más de 20 idiomas, Harari disecciona el gran «arma secreta» de nuestra especie: su insuperable capacidad para el autoengaño colectivo. «Un gran número de extraños puede cooperar con éxito si creen en mitos comunes», explica a EL MUNDO el profesor de Historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén, formado en Oxford. «Y ésta es la razón por la que los sapiens dominan el mundo mientras las hormigas comen nuestras sobras y los chimpancés están encerrados en zoos y laboratorios».

Hoy, a principios del siglo XXI, Harari está convencido de que nuestro poder es tan inmenso que incluso estamos adquiriendo las capacidades que tradicionalmente se han atribuido a las deidades de las religiones: «Cuando digo en el título que somos animales convertidos en dioses, lo digo en un sentido muy literal. En el siglo XXI, gracias a los avances de la ciencia y la tecnología, estamos a punto de apropiarnos de poderes que siempre se han considerado divinos, como la creación de vida, la eterna juventud, la transformación de nuestra propia naturaleza genética e, incluso, la capacidad de leer la mente mediante cerebros conectados por ordenadores». Pero la gran pregunta con la que se ha atrevido este historiador israelí en su libro es: ¿cómo hemos logrado todo esto en menos de 100.000 años, un minúsculo suspiro, si tenemos en cuenta los 3.800 millones de años que han transcurrido desde la aparición de los primeros seres vivos de nuestro planeta?

Cooperación a gran escala

Para Harari, la respuesta está clara: a diferencia de las manadas relativamente pequeñas de simios o de los clanes de neandertales, nuestra especie ha sido la primera capaz de forjar inmensas redes de cooperación a gran escala: tribus, iglesias, ciudades, imperios, naciones, organismos supranacionales, multinacionales globales... Pero nada de esto hubiera sido posible si los sapiens, como todas las demás especies, sólo pudieran transmitir información sobre cosas que realmente existen, como el peligro de los depredadores o los árboles donde crecen frutos.

La verdadera clave de nuestra supremacía, según el exhaustivo relato que ofrece Harari en De animales a dioses, es que únicamente nuestra especie es capaz de inventar (y sobre todo de compartir a escala masiva), relatos imaginarios sobre entidades que sólo existen en nuestra fértil mente creativa, desde «el pueblo elegido de Dios» o el «espíritu del pueblo» hasta «la nación libre y soberana» de los estados modernos.

«Los mitos son el motor más poderoso de la Historia de la Humanidad, porque han permitido y siguen permitiendo la cooperación de miles y hasta millones de personas. Si examinas cualquier caso de cooperación a gran escala, comprobarás que siempre está basado en algún tipo de relato imaginario. Las personas no tienen ningún instinto para cooperar con extraños y, por tanto, la colaboración en grandes grupos de individuos que no se conocen personalmente entre ellos siempre se basa en ficciones. Cuando un mito colectivo tiene éxito, su poder es inmenso porque permite a millones de extraños cooperar y trabajar juntos hacia objetivos comunes», explica Harari.

Hasta tal punto esto es cierto, según el historiador israelí, que desde su «revolución cognitiva», los sapiens, de hecho, viven en una «realidad dual»: por un lado, la realidad objetiva de los leones y los árboles, sobre la que también se comunican muchos otros animales; y por otro, la realidad imaginada de dioses y espíritus tribales, ficciones que sólo entienden los imaginativos sapiens, la especie más cuentista, y por eso mismo -según Harari- la más poderosa.

El 'pegamento mítico' de la Humanidad


El historiador israelí Yuval Noah Harari.
Hoy, conceptos como «el pueblo elegido de Dios» o «el espíritu de la patria» pueden sonar arcaicos, y quizás muchos piensen que la tesis de Harari sólo sirve para explicar las sociedades humanas del pasado, o las más retrógradas del mundo actual. Sin embargo, el historiador israelí considera que hoy, la importancia de los mitos colectivos para mantener la cooperación humana a gran escala sigue siendo igual de importante, aunque ahora las ficciones dominantes, al menos en los países occidentales, sean no sólo las de las viejas naciones, sino los ideales del «progreso», «la libertad», las «leyes del mercado» o los «derechos humanos», conceptos que para Harari son «igual de ficticios que los antiguos dioses» y «no existen en la naturaleza, sino tan sólo en nuestra propia imaginación».

«Si intentáramos agrupar a miles de chimpancés en la plaza de Tiananmen, Wall Street, el Vaticano o la ONU, el resultado sería el pandemonio, pero hoy los sapiens se reúnen regularmente a millares en todos estos lugares», escribe Harari en su libro. «La verdadera diferencia entre nosotros y los chimpancés, tanto en el pasado como hoy mismo, es el pegamento mítico que une a un gran número de individuos, familias y grupos. Este pegamento nos ha convertido en dueños de la creación».

El historiador israelí no niega la importancia de otras habilidades humanas que también fueron determinantes a la hora de explicar nuestro éxito evolutivo, como la capacidad para fabricar y usar utensilios, que posteriormente nos llevaron a las otras grandes revoluciones en la Historia de la Humanidad: la agrícola, la industrial y la científica. Pero Harari insiste que todas estas grandes transformaciones jamás hubieran sido posibles sin que primero miles y después millones de extraños colaboraran juntos y estuvieran dispuestos a sacrificarlo todo, incluyendo sus vidas, por la colectividad. «Einstein era mucho menos diestro con sus manos que un antiguo cazador-recolector. Sin embargo, nuestra capacidad de cooperar con un gran número de extraños ha mejorado de manera espectacular», explica el historiador.

El 'lado oscuro' de las ficciones colectivas

Pero aunque Harari tenga razón y resulte innegable que el «pegamento social» de los mitos ha sido un factor crucial en el éxito evolutivo de la especie humana, también es evidente que en muchos momentos de la Historia y, por supuesto, hoy mismo, las mitologías del sapiens también han provocado la muerte de millones de personas. No hay más que fijarse en el conflicto sangriento que se sigue sufriendo ahora mismo en la tierra del propio Harari entre israelíes y palestinos. Cuando se le pregunta sobre este paradójico lado oscuro de las ficciones colectivas, tan poderosas y a la vez tan potencialmente destructivas, el historiador responde: «Si consigues una red de colaboración a gran escala, necesitas que todos sus miembros se crean la misma historia. Pero con frecuencia no consigues que toda la gente se crea el mismo relato, y se generan dos o más grupos, cada uno de los cuales se cree un relato diferente, y con frecuencia antagónico. De hecho, la mayoría de las guerras en la Historia se generan por culpa de conflictos generados por relatos antagónicos, y no se deben a una lucha por recursos».

Según Harari, en el conflicto entre israelíes y palestinos «no hay escasez de comida entre el río Jordán y el Mediterráneo». El problema es que hay dos comunidades que rigen sus vidas con «mitologías incompatibles», y de momento «nadie ha sido capaz de reconciliar estas historias antagónicas con un nuevo relato integrador». Pero en todo caso, a pesar del innegable potencial destructivo que pueden desatar las ficciones colectivas, Harari insiste en que siguen siendo indispensables para mantener la cooperación a gran escala en las inmensas sociedades de sapiens.

Sin embargo, ¿no sería mucho mejor para el futuro de la Humanidad la expansión de relatos colectivos menos ficticios que los del pasado y más realistas, que dejaran de invocar a dioses y a otras entidades cuya existencia es indemostrable? Ante esta pregunta, Harari insiste que «algún tipo de religión sigue siendo necesaria para el mantenimiento de la cooperación social a gran escala», aunque su concepto de «religión» incluye no sólo a los «dioses» tradicionales, sino también a otras ficciones mucho más modernas: «Las religiones afirman que las normas y las leyes hay que obedecerlas no porque han sido inventadas por humanos, sino porque viene impuestas 'desde arriba'. Y cuando afirman esto, el significado de 'arriba' puede referirse a los dioses, o a las leyes de la naturaleza. Algunas religiones, como el cristianismo o el islam, basan la obediencia de las normas y las leyes en una creencia en dioses. Pero otras religiones, como el marxismo, el capitalismo o el liberalismo se basan en supuestas 'leyes naturales' que sólo existen en nuestra imaginación».

Primates poderosos pero insatisfechos

De hecho, para Harari, otro de los dioses de la modernidad ha sido y sigue siendo «la nación soberana», pero cuando se le pregunta sobre lo que está pasando ahora mismo en Escocia y Cataluña, le resta importancia: «Los sentimientos nacionalistas siguen siendo poderosos, pero muchísimo menos que hace 100 años. Si piensas en la Europa de la I Guerra Mundial, los franceses, los alemanes o los ingleses estaban dispuestos a sacrificar millones de vidas por su patria. Pero hoy el nacionalismo en Europa es infinitamente más débil, ha surgido con fuerza un relato sobre la identidad europea, y apenas nadie está dispuesto a sacrificar la vida de sus soldados en una guerra como hace un siglo. Sinceramente, dudo mucho que si Escocia o Cataluña se declaran su independencia, el Ejército británico o español envíe tropas. Ni los británicos ni los españoles estarían dispuestos a sacrificar miles de vidas por estos conflictos».

Harari tiene claro, en todo caso, que los grandes problemas que la Humanidad tiene ahora sobre la mesa son globales, y que ningún estado nacional puede afrontarlos por sí solo. «Hoy, los desafíos a los que no enfrentamos son planetarios: la crisis económica, el cambio climático, y los riesgos de nuevas tecnologías como la manipulación genética, la creación de vida artificial o el desarrollo de algoritmos que van a hacer nuestro trabajo mejor que nosotros». Por eso, sin duda lo que nuestra especie necesita son libros tan valientes como el de Harari, que se ha atrevido a abarcar la Historia de toda la Humanidad y ofrece un relato mucho más honesto sobre quiénes somos y de dónde venimos, que las viejas ficciones tribales o nacionalistas.

De animales a dioses concluye con una inquietante reflexión: «A pesar de las cosas asombrosas que los humanos son capaces de hacer, seguimos sin estar seguros de nuestros objetivos y parecemos estar tan descontentos como siempre... Somos más poderosos de lo que nunca fuimos, pero tenemos muy poca idea de qué hacer con todo ese poder». Ojalá el éxito mundial de este libro ayude a los sapiens a orientarse un poco mejor en el laberinto del siglo XXI, para afrontar con mayor éxito los desafíos del futuro.

Publicado en EL MUNDO.ES


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