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Una explicación biológica del fracaso del Neoliberalismo



Miguel Ángel Ortega



El liberalismo o neoliberalismo es ley natural, darwinismo puro. Pero es un claro ejemplo de error de la naturaleza, en este caso de la naturaleza humana, que puede conducir a la extinción de nuestra especie.

A estas alturas, decir que el neoliberalismo conlleva aplicar la ley del más fuerte es una obviedad. Dado que vivimos en un mundo de desigualdades, el más fuerte será el que ya es más poderoso y, de esta manera, acrecentará aun más su poder. El neoliberalismo reivindica a los teóricos liberales de los siglos XVIII y XIX. Es obvio que no tienen nada que ver las situaciones de esos siglos con la del siglo XXI, y que lo que para Adam Smith o para David Ricardo podía tener sentido en su época no lo tendría ahora. La Mano invisible del Mercado es una idea desarrollada por Smith, según la cual la sociedad en su conjunto obtiene el máximo beneficio al que puede aspirar cuando permite que cada individuo persiga libremente su propio beneficio. El beneficio de la sociedad sería, según esta doctrina, la suma de los beneficios de los individuos y éstos, si se les deja, se comportan de un modo racional y obtienen cada uno el máximo provecho al que podrían aspirar. Ésta sigue siendo hoy la “doctrina oficial” del neoliberalismo, con la que justifica su pretensión de reducir el tamaño del Estado al mínimo imprescindible y de promover el laissez faire.

Me parece interesante remarcar que en las demás especies animales el neoliberalismo sí funciona, porque en ellas coinciden el principio de conservación del individuo y el principio de conservación de la especie. Es decir, cuando cada individuo persigue su propio beneficio la especie sale ganando. En el caso del Homo sapiens es evidente que esto no funciona.

En los animales el principio de conservación del individuo está, de modo natural, subordinado al de conservación de la especie. Esto ocurre tanto en el caso de los insectos sociales como en el de algunas especies superiores. Entre estas últimas llaman la atención las aves que cantan incluso por la noche (el ruiseñor, por ejemplo) para atraer la atención de los depredadores; así éstos no descubrirán el nido donde la hembra incuba los huevos o cuida de los pollos. En otras muchas especies, en las que a primera vista se diría que prevalece el interés individual, a la larga, en condiciones de equilibrio ecológico, es la especie en su conjunto la que gana. Incluso en casos de extrema crueldad, como el de los leones que matan al líder de una manada y a sus cachorros, lo relevante desde el punto de vista genético es que son los jóvenes leones que acaban de tomar el poder quienes propagan sus genes. En muchas especies los individuos defienden su territorio, es decir, el espacio donde obtienen alimento, agua y refugio, de otros congéneres, llegando a provocarse heridas muy graves e, incluso, la muerte. Esto lo hacen desde el poderoso tigre hasta el dulce petirrojo.

En los demás animales sociales, como primates, leones, lobos o hienas, los líderes de las manadas no disponen de habilidades para engañar al resto de su grupo hasta el punto de poner en peligro su supervivencia. Su inteligencia no da para tanto y sus comportamientos son, en esencia, los mismos que practicaban sus antepasados hace mil años y, dentro de otros mil seguirán siendo (con el permiso de los humanos) prácticamente igual que los actuales.

En el caso humano el equilibrio entre la búsqueda del beneficio individual y la búsqueda del beneficio para la especie no surge, como en los animales, de forma espontánea. Y menos aún desde que inventamos las armas de destrucción masiva y poseemos la capacidad de desequilibrar el clima y agotar y contaminar recursos esenciales para la vida. Al perseguir nuestro beneficio inmediato dañamos directamente al planeta del que dependemos para sobrevivir y, por desgracia, también en muchas ocasiones dañamos a otros seres humanos. Los animales también se dañan entre ellos en sus luchas, pero el perjuicio se limita a los individuos que combaten entre sí.

Lo peor de todo es que no podemos confiar en nuestros líderes. Es evidente que no siempre persiguen el interés general; y cuanto menor es el desarrollo de la democracia, mayor es la corrupción y el descuido de los intereses generales. Somos el único animal en el que ha dejado de funcionar una ley natural: el interés del individuo, al menos tal y como lo conciben las sociedades individualistas y consumistas occidentales, ya no casa con el interés de la especie a la que pertenece. Por tanto, el laissez faire, el neoliberalismo, no tiene sentido. En términos evolutivos, el neoliberalismo es un atraso y un estorbo para la evolución de la conciencia, pues impide el rápido desarrollo de esa facultad humana, que ha de progresar a la par que nuestro cerebro, ya que de lo contrario estamos condenados a la extinción.
Miguel Ángel Ortega Guerrero
Economista y concejal del PSOE en Tres Cantos (Madrid)


Publicado en: EconomíaFilosofía
Email del autor: miguel.ortega@reforesta.es

Comentarios

  1. ¡Cuanta razón tienes! Yo aun iria más lejos, pues señalaría que el fracaso del neoliberalismo se encuentra en la incomprensión de la propia esencia del pensamiento liberal. Adam Smith y sus inmediatos seguidores confiaban en el valor del individuo y rechazaban la intervención del Estado porque el Estado para ellos eran las monarquías absolutas europeas de finales del XVIII y principios del XIX. Hacer prevalece al individuo era apostar por la democracia, y en ese sentido eran el pensamiento progresista de la época ¿Se expresaría igual Smith si viviera en la Gran Bretaña de hoy?

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